Carta a todos aquellos que me llamaron “chanza”

Estas palabras están dedicadas a todos aquellos que alguna vez en su vida se han tomado la libertad de escoger una víctima a la que señalar cada día con el dedo. Estas palabras están dedicadas a todos aquellos que decidieron hacerle la vida complicada a un pobre desgraciado.

De pequeño nunca pasé desapercibido. Por una razón o por otra muchas veces me encontré a personas que se me quedaban mirando de manera descarada; ellos creían que no me daba cuenta, pero en sus ojos podía leer perfectamente las palabras “menudo chanza”.

Muy pocas veces he tenido graves problemas acerca de este tema, pero la verdad es que ha habido numerosas ocasiones en que había “seres”, por llamarlos de alguna manera, que creían que podían tomarla conmigo, que me podían usar como un saco de boxeo al que golpear para después dejarme marchar a casa. No os mentiré, al principio me dolía, y mucho.

En el colegio, cada vez que escuchaba en alto la palabra “chanza”, el mundo se paraba. Pensaba verdaderamente que tenían el derecho de gritarlo a los cuatro vientos, pues, al fin y al cabo, era diferente, y parece que ser diferente en este mundo viene acompañado de una etiqueta que debes colgarte de la frente para que los demás te puedan señalar.

Mi vida en el colegio no fue como una película norteamericana en la que se puede observar al típico niño marginado con el que todo el mundo la toma, ni mucho menos. Siempre he podido contar con personas a las que siempre estaré agradecido por tener a mi lado, pero para qué negar que hubo momentos tristes, momentos en los que me sentía débil, inferior, incapaz de levantarme y plantarle cara al problema… Qué le vamos a hacer, era tan sólo un pequeño “chanza” que no sabía cómo reaccionar a parte de encerrarse consigo mismo o en cualquiera habitación para llorar a lágrima viva.

En el instituto todo continuó con su curso. Debo decir que mi carácter y mi personalidad han ayudado en gran medida a ser alguien querido entre los míos, pero por desgracia ya no me afrontaba a simples comentarios inofensivos de individuos a los que pocas veces me encontraría. En este caso me afrontaba a adolescentes con ganas de marcha y a clases de piscina en el gimnasio municipal.

No pretendo que suene dramático, pero al principio vivía inseguro entre esos largos pasillos, pensando que cada vez que me cruzaba con alguien pensaría: “Vaya chanza”. Mirad hasta dónde llegó mi obsesión que cuando una profesora escribió en la pizarra dicho concepto de una manera totalmente aleatoria por un texto que acabábamos de leer, inmediatamente pensé que ella también ya había decidido tomarla conmigo.

Años más tarde me incluyeron también dentro de la categoría de “befa”, aunque en este caso fue por mi manera de hablar, por mi manera de gesticular, por “mi falta de masculinidad”. Pero eso ya fue en la época en la que decidí dejar de hacer caso. Aquello que hice fue básicamente esconder el problema debajo de la alfombra para centrarme en lo que de verdad importaba, pero siempre con la oreja puesta.

Fue un día completamente imprevisto que alguien decidió recitarme en medio de un cambio de clases todas las posibles palabras del diccionario que me podrían hacer sentir mal conmigo mismo, profesores y alumnos presentes. No me digáis por qué, pero algo entro en mi cuerpo, y antes de que nadie pudiera reaccionar, decidí utilizar mi carpeta. ¡PAM! Carpetazo en la cara. La nariz empezó a sangrar, yo me gané un castigo de los grandes, pero la sensación de liberación fue tan grande que no hubo castigo alguno que me hizo arrepentir (¡Atención! La violencia nunca es la solución).

A partir de ese momento decidí empezar a quererme, a respetarme, a no dejar que nada ni nadie se interpusiera en mi camino. Fue entonces cuando me di cuenta de que las personas acomplejadas, las que verdaderamente tenían problemas consigo mismas, eran aquellas que pretendían que fuese la víctima de sus vidas; ¿de verdad sus vidas eran tan aburridas que tenían que malgastar su tiempo fijándose en las “imperfecciones” del alguien ajeno? Pobres almas en desgracia, qué poco saben de la vida.

Eh, no creáis que esto es cosa de niños. Se ve que hay adultos las vidas de los cuáles se nutren de las desgracias de los demás. No es la primera vez que alguien me llama “chanza” en un paso de cebra. Pero ahora es diferente, ahora les agradezco en público sus palabras, les agradezco que me tengan en consideración, les agradezco su tiempo. Parece que así dormirán mejor. Todavía no se han dado cuenta de lo miserables que son.

Es probable que llevéis todo el artículo preguntándoos: “¿Qué coj**es es esto de “chanza” ?, ¿Y esto de “befa”?” Pero, qué más da. En mi caso esos términos tenían que ver con los conceptos de “gordo” y/o “maricón”, pero tanto “chanza” como “befa” podrían tener que ver con muchísimas otras cosas con las que cada día, niños y niñas tienen que enfrentarse. Pero nuestra misión es hacerles saber que son perfectos tal y como son, que no deben hacer caso de comentarios sin trascendencia alguna en sus vidas, que deben quererse, aceptarse, y sobretodo, jamás señalar a nadie por nada del mundo.

No sé si jamás llegaréis a leer esto, pero eh, vosotros, abusones, sigo aquí, nunca me tumbasteis, y nunca lo haréis.

Sinceramente,

Vuestro “chanza”.

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