El peligro de subirse en un Ferrari
Escribo con la tranquilidad que da haber sometido a referéndum en Facebook si debía o no compartir mi historia, y haber conseguido el apoyo del 100% de los votantes. Ya quisieran Sánchez, Iglesias, Casado y compañía contar con un consenso como el mío. Y si dice el refrán que “el que canta su mal espanta”, yo lo customizo y añado que “el que canta y escribe se ahorra seis meses de terapia”, así que me ahorro el psicólogo, que la situación está delicada, y le hago un bien a la comunidad desenmascarando a este tipo de conductores temerarios del amor.
Pido perdón al protagonista porque, mientras ponía fin a una intensa y efímera relación de apenas dos meses, me pedía con ojos de gatito de Shrek no convertirse en carne de relato. Es lo que llamaríamos efectos colaterales de tener un romance con una periodista.
Juro que he intentado dejar esta historia en el anonimato, pero, desde el respeto y el cariño que le guardaré siempre, mi pluma le ha ganado la batalla y ha exigido expresarse.
Cuenta una leyenda urbana, tan extendida como la de la chica de la curva, que existe un reducido grupo de hombres capaces de prometerte casita con jardín, boda de cuento, dos churumbeles, un perrito de anuncio y amor eterno en cuestión de minutos (y cuenta otra leyenda que el 95% de las mujeres les compramos el pack completo sin leernos la letra pequeña).
Hasta hace poco había oído hablar de ellos a alguna amiga, a la prima de la tía de la hermana de la cuñada… pero tenía yo mis dudas.
Pues bien, puedo prometer y prometo que ¡existen! ¡Ay, amigas mías, que como dirían los gallegos, haberlos haylos!
La vida puso en mi camino a un auténtico y genuino ejemplar de “Ferrari” (aceleración de 0 a 100 en 4 segundos) y yo, que soy una rubia intrépida, me subí sin pensarlo dos veces.
Lo cuento por si le sirve a alguna mujer para saber cómo actuar en caso de toparse con alguno. No hace falta que huyáis, es tan fácil como aseguraros de no despegar nunca los pies del suelo y, por supuesto, usar el cinturón de seguridad.
Una característica propia de los Ferrari es su parecido con la espuma: a la misma velocidad que se flipan, se enamoran, prometen, juran y perjuran… suelen desaparecer. Por estadística, su amor eterno dura entre una y ocho semanas y, eso sí, en ese tiempo te harán sentir la mujer más extraordinaria del planeta.
Su rasgo distintivo es que la mayor parte del día deben andar dormidos, más que nada por la facilidad que tienen para soñar. Y lo digo porque en cuanto un ejemplar de “Flipao” (diminutivo cariñoso de Ferrari) te roza por primera vez, como por arte de magia tu pelo brilla más de lo normal, tus pechos se vuelven turgentes, se multiplican tus pestañas y se te aprieta el culo. En cuestión de segundos pasas a ser una diosa del olimpo. Es entonces cuando la felicidad se instala en tu vida, inicias un noviazgo a lo “Fast and Furious”, todo fluye y llegan los planes de viajes, convivencia, presentaciones en sociedad, proyectos compartidos o hijos imaginarios. Tú, que vas subida en tu Ferrari, te haces adicta a la velocidad y sin apenas darte cuenta te conviertes en una flipada como él.
¡WARNING! Si todavía no has salido a la calle a buscar desesperadamente un Ferrari sigue leyendo porque… aquí llega la cara B.
El peligro de los hombres que sueñan despiertos es que no te ven… te imaginan. Pero su sueño es ligero y en cuanto una palabra, un mal gesto o una reacción que no esperaban de su princesa Disney les despierta, abren los ojos y ¡Menuda putada nena! Llevas el pelo sucio cogido en una coleta, un pijama de osos cuatro tallas más grande, tienes las piernas hinchadas como columnas dóricas y la cara legañosa de recién levantada. Te miran desencajados y puedes escuchar cómo se agrieta su corazón. Se rompen por dentro y esa diosa de la que se habían enamorado sin apenas mirarla, desciende del Olimpo y se convierte en una humana con más defectos de los que son capaces de asimilar.
Lo que viene después es la parte feíta… el fuego se convierte en hielo, lo divino se vuelve vulgar y un día el Ferrari, que no lleva frenos de serie, se estrella y te manda al carajo con cinco frases sacadas de un libro de autoayuda: “No eres tú, soy yo”, “Estoy cometiendo el error de mi vida porque eres perfecta”, “Lo dejo para no hacerte daño”, “Igual podríamos ser amigos” o el socorrido y lastimero “Creo que necesito un psicólogo porque no paro de cagarla”.
Con suerte habrás disfrutado de la sensación de ir a todo gas y lo bueno de ser visto y no visto es que no suelen dejar daños irreparables, como mucho algún rasguño que se soluciona con una buena sesión de chapa y pintura.
Si alguna mujer en el mundo ha conseguido dar más de dos vueltas al circuito que nos explique cómo y, desde estas páginas, mi más sincera enhorabuena… debe tener ADN de superheroína.
Este relato forma parte de Hamor, la sección de nuestro blog en el que escritores amateurs nos cuentan sus historias más íntimas. ¿Te animas?
Explícanos tus experiencias, vivencias y aventuras relacionadas con el amor, la amistad, la pareja.
Fuente original: La luna de Alcalá
Agradecimientos por las imágenes a: Karl Sommerbauer en Pixabay, Marc Sendra Martorell on Unsplash