¡Clinc, clinc!, hacía el dado rebotando dentro del cubilete. Adán lo agitaba de forma rutinaria con la mirada fija en la pantalla; era el único ruido que rompía el silencio de la sala. La noche había dejado las estrellas fuera de la zona de control. Era el ama del aburrimiento habitaba entre las cuatro paredes del habitáculo.
La mariposa revoloteaba caprichosa por la cocina: de la tostadora a la cafetera de la cafetera a la licuadora; Violeta también, sin percatarse de la presencia de la compañera volátil. En el calendario la brisa tórrida de un verano, sin tarjeta de visita, derretía los últimos días de una primavera húmeda.