La mariposa revoloteaba caprichosa por la cocina: de la tostadora a la cafetera de la cafetera a la licuadora; Violeta también, sin percatarse de la presencia de la compañera volátil. En el calendario la brisa tórrida de un verano, sin tarjeta de visita, derretía los últimos días de una primavera húmeda.
Una historia real sobre una filóloga que por las mañanas trabajada como limpiadora y por las tardes se volvía a poner en el papel de profesora.
Todo comenzó un 10 noviembre de 1915, por aquella época yo contaba 19 años y hacia uno que me había casado, mi esposo quiso regalarme, por nuestro aniversario, unas entradas para asistir a la inauguración del teatro con más renombre de la época.